Quisiera saber cual es mi noche, descubro asombrado que las noches ciegas no me pertenecen. Intento sin éxito encontrar un asomo de la realidad. Busco entre las nuevas penumbras, alguna que me lleve ante la esencia de la savia. Quieto e implorando a los legítimos dioses que iluminen mi gran tosquedad, descubro que los grandes señores de las tinieblas, ya no se interesan por lo que en otro tiempo disputaban. Mi gran aura gris poco a poco se va despejando, y sin saber porqué se retuerce intentando no descolorirse.
¡Blanca! ¡Por todos los dioses de la noche! _Gritó el pequeño aprendiz del mal.
Su aura se había convertido. El pobre demonio no sabía como llegar hasta la mismísima malignidad. Lo había probado todo. Al principio los malignos tenían esperanzas en él, pero poco a poco se vieron afligidos, al comprobar que todas las acciones que realizaba se volvían en contra de él, y se transformaba en algo benévolo.
Quizás el día de su engendramiento, no se escogió del todo bien a la fémina.
Alguien le tendría que haber dicho al execrable demonio encargado de la siembra, que la fémina en sí, no era aquel ser depravado que todo el mundo decía.
Sí, era depravada, pero por el grado de degeneración que había llegado ha alcanzar la humanidad.
Una entre un millón.
Una semilla que poco a poco se irá extendiendo, gracias al pequeño aprendiz del mal.