Tu pelo, brillante cómo el sol. Tus ojos, penetrantes y desafiantes, capaces de paralizar, al más seguro de los hombres. Acompañados por una sonrisa insinuante y todo ello armonizado por un perfume sutil y embriagador.
Aquel día, me acicalé más de la cuenta, intuía que podría ser diferente. Le di una última mirada al espejo, esperando su aceptación.
Salí raudo y veloz, no quería llegar tarde. Sabía que el más mínimo retraso sería crucial. Cómo siempre me paré en la floristería para comprarte violetas, tus preferidas. Siempre te parabas a contemplarlas. La confitería sería mi próxima parada, bombones rellenos de menta. Tus preferidos.
Cada vez más excitado, sabiendo que el lugar de encuentro se aproximaba. Doblé la esquina y, calmé el paso, no quería parecer apresurado. Al final de la calle distinguí tu figura. Adelantándoseme tu fragancia, cómo si de un anticipo se tratase.
Bajabas cómo siempre, apresurada, mirando el reloj, no querías llegar tarde. Cada vez más próxima, y yo, más lleno de júbilo. Mis ojos se daban por satisfechos admirando tanta belleza.
Estábamos tan cerca, que tu perfume me desbordaba.
_!Que hermosa que es! Pensé.
Te quedaste mirando las violetas y los dulces. Sabias que eran tus preferidos.
Y pasaste de largo, cómo siempre.
Y cómo siempre, pensé: Algún día te conoceré.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Escribe lo que tu corazón sienta, y lo que tu mente te deje...